![]() |
Altar mayor de la ermita de Salas |
«Hay que ver qué poco fervor inspira la Virgen y cuánto las tortas que van a dar». El comentario lo hacía una persona que tenía a mi lado en la ermita de Salas, cuando acababa la misa que se celebraba con motivo de la tradicional romería del primer domingo de mayo. Tenía razón. Estábamos a los pies del templo, al lado de la puerta, un espacio casi vacío a lo largo de la celebración que, por arte de magia, se había llenado de fervorosos fieles cuando acababa la misa e iban a dar un trozo de torta. No había magia. Como hay megafonía en el exterior, era fácil saber cuándo acabada el rito religioso y daba paso al momento profano. El «trofeo» era un cuarto de una torta que, en el exterior, se podía comprar entera por un módico euro. La ceremonia de entrega de la torta iba acompañada del beso a una medalla atada a una cinta que acababa en la imagen del altar mayor. Esta mañana poca gente se acercaba a la medalla. El fervor llevaba, exclusivamente, a la torta. La persona que hacía la reflexión con que comenzaba estas líneas añadía que lo acertado sería cerrar la puerta para evitar estos fervores de última hora, o de última ceremonia.