Dos pensamientos: la incertidumbre del colofón… y el periodista slow
Colofón y slow. Parece el nombre de un dúo de personas monologuistas que triunfan en la tele y las redes. Polémicas, transgresoras y defensoras de todo lo defendible. Pues, no. Colofón dirige a la conclusión de algo. Slow es uno de esos términos que tomamos del inglés. Lo hacemos para definir en nuestra lengua castellana cuestiones que pueden ser determinadas por palabras presentes en el diccionario desde hace tiempo. O también pueden ser creadas a partir de ellas. Nada de monologuismos.
Concluir un trabajo situando en la última página una alusión a un hecho histórico o literario destacado no es sencillo. Es el colofón. Acarrea una cierta incertidumbre. Yo lo supe hace unos días. Nunca me lo había planteado porque, aunque dilatados en el tiempo, mis colofones son escasos. La ausencia libera el espíritu y la abundancia lo angustia. Por ejemplo.
Pero no genera menos incertidumbre que, recién entregado tu trabajo a la imprenta, leas que se presenta un libro sobre periodismo slow. Se trata de contar historias realizadas con tiempo, para leer en papel, como elemento que diferencia de la lectura compulsiva en las redes. O también como aglutinante de pequeñas historias en la nube que, recogidas y trabajadas, bajan a la tierra en formato papel. Su objetivo, en cualquier caso, es el deleite de los lectores que no tienen prisa y quieren estar bien informados.
Bueno, pues ahora reivindico el libro slow, como recipiente físico de un trabajo largo en el tiempo, alto en el esfuerzo y ancho en buena intención. Escritor slow para lectores slow. Esto tiene que ir al blog para darle contenido. Está claro. Como me dijo Manolo el otro día, si quiero followers tendré que enlazarlo con mi facebook, tweeter e instagram. De este modo mis updates serán warnings inmediatos y obtendré muchos thumbs up and likes. Esto sí que es un colofón y no lo que pensaba poner antes. Me falta mucho para ser slow. Me parece.
