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Un paseo hasta el observatorio de Arraro

Arraro fue una aldea levantada al pie de Guara, en un paraje hecho para la observación de un amplio espacio del Somontano. Un redondeado puntal rocoso favorecía la instalación de una pequeña construcción militar y, a sus pies, unas viviendas y un templo. Pasados los tiempos inciertos de la Reconquista, el lugar perdió su razón de ser, sus gentes bajaron a cercanas poblaciones, donde se vivía mejor, y Arraro pasó a ser una ermita de romería anual hasta que esta costumbre se perdió. Ahora es una atractiva ruina que mantiene su condición de observatorio. La nieve del Moncayo permitía unir visualmente este mítico macizo con nuestra dama dormida de Guara en la mañana del 18 de febrero.

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Ábside de la ermita de Arraro

Mi sobrina Irene había publicado una excursión que ella había hecho a este rincón oscense en su blog Montañera a tus montañas. Le pregunté y me comentó que este recorrido era más largo que otro, que partía de Santa Cilia de Panzano. Así que me apunté a este último. Dejo el de la sobrina para senderistas más guerreros que el que firma estas líneas.

El caso es que hay que llegar a Santa Cilia de Panzano desde la imprescindible A-1227, que sería el eje este-oeste del Somontano. Aquí hay un observatorio de aves, junto a una zona de juegos infantiles. Y está, también, La Casa de los Buitres. Se instaló en la parte superior de la parroquial. Muy interesante para conocer a esta necrófaga que, por cierto, acudió en masa al cercano comedero. Tocaba llevar alimento a las aves, lo que congregó allí a un grupo de personas interesadas en la Naturaleza.

Hemos dejado el coche en alguno de los aparcamientos que hay en Santa Cilia, según lo que queramos subir. Una señal verde nos indica el camino a la ermita de Arraro. Vemos a lo lejos una gran roca, que sobresale en la ladera del monte. Allí vamos.

Caminamos por la pista, en constante subida. Casi todo el recorrido es por este camino, sin sombras. El calor puede ser la única cuestión que nos haga desistir del paseo. Dedicando tiempo a ver el paisaje, Moncayo incluido con el cielo limpio, podemos dedicar dos horas y media en ir y otras tantas en volver

Nos vamos acercando a los pies de Guara. Las señales verdes nos indican los caminos a seguir y salimos de la pista cuando nos lo propone otra señal verde. Ya vemos cerca el final del paseo. La última cuesta nos pone a prueba, pero viendo la parte superior del ábside de la ermita de Arraro damos el último empujón. Ya estamos: un templo de aspecto románico, ruinas de una sala anexa y la gran roca detrás. Paisaje, arquitectura, historia, observación del paisaje, Naturaleza… y un espacio para almorzar. ¿Qué más podemos querer?

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Al fondo, con manto blanco, el macizo del Moncayo

Aurelio Biarge (en su artículo «El Santuario de Arraro, perdido en Guara» Nueva España, 25 marzo 1973)  describe el ábside de esta iglesia, explicando que tiene «una cornisa sencilla en el interior y esculpida en su versión exterior, peor conservada esta última, pero todavía demostrativa  de su abundante ornamentación. Las piezas que se mantienen en su original posición presentan medias esferas como único y sencillo adorno; sin embargo, fue más compleja la iconografía de esta parte del ábside, y viene ello corroborado por el hecho de que, al pie del ábside, en el montón de escombres, aparezcan piezas con animales esculpidos, siendo reconocible un cánido, posiblemente lobo, y un cuadrúpedo de perfil impreciso, quizás por su robustez un oso». Todo esto ya no es observable.

El artículo iba acompañados de una foto de Carlos Goñi que representa a un animal cuadrúpedo caminando. Esta iglesia no era cualquier cosa. En el ábside, por su parte interior, se ven unos sillares con una marca diagonal, que he visto también en Treviño (Adahuesca). Como tengo mucha imaginación, pienso si ambas construcciones serían obra del mismo taller de cantería. Soñar no cuesta nada, menos en una mañana de sol al pie de Guara, viendo un paisaje que no acaba nunca, ni por un lado ni por otro.

Otro viajero impenitente por el Alto Aragón, Adolfo Castán, define esta iglesia como un «un bello ejemplar románico del siglo XII». Aparte de su labor religiosa desempeñaba también otra de carácter defensivo, pues su situación la convertía en muralla que impedía el acceso desde el lado sur. Lo hizo ya en 1976, en Nueva España, el 4 de marzo.

Este autor considera que Arraro nació como lugar poblado a finales del siglo XI, con la misión de servir como observatorio «en momentos previos a la conquista de Labata». En función de los restos que han llegado hasta nosotros «el número de viviendas oscilaba entre seis y diez». La redondeada roca sería la base del recinto militar que justificaba la creación del poblado.

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Ventana del ábside de la ermita

Luis Mur Ventura escribió, a lo largo del 1917en El Diario de Huesca, una colaboración titulada Chaves y Solencio, en la que menciona la imagen de la Virgen de Arraro, en la capilla de los duques de Villahermosa en la parroquial de Panzano.

La imagen fue vista, también, por otro viajero de gran popularidad, como fue Lucien Briet. Sucedía también en los primeros años del siglo XX. En su obra «Soberbios Pirineos. Superbes Pyrénées» se recoge una leyenda en torno a este lugar: «Arraro, aldea situada en otro tiempo al norte de Panzano, poseía una iglesia consagrada a la Santa Virgen. Durante la invasión de los moros, sus habitantes emigraron a la montaña después de haber escondido, en el fondo de una cueva que todavía se enseña hoy en día, la imagen de su patrona y todos sus objetos de culto. Cando el rey Sancho Ramírez reconquistó el Somontano, el pueblo se repobló para después decaer poco a poco y quedar reducido a una simple ermita. En el momento en el que este humilde santuario empezó a convertirse en ruinas, la Virgen de Arraro fue trasladada y depositada con gran pompa en el templo de Panzano».

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Conjunto de Arraro: la ermita en primer término, y al fondo la roca sobre la que se levantaría un puesto de observación

Roque Alberto Faci publicó en 1739 un libro sobre el culto a la Virgen en Aragón. Sitúa la ermita en «un altísimo monte contiguo a la sierra llamada de Guara, patrimonio de los señores Condes de Guara». Así sabemos el por qué acabó en el altar de Panzano que lo hizo.

Cuenta el pasaje de cuando «los moros». En tiempos de este autor, el edificio conservaba su pila bautismal, lo que le confirmaba como parroquia, Su fiesta se celebraba el 8 de septiembre. Panzano repetía romería el primero de mayo, asistiendo «los lugares de Aguas, Coscullano, Santa Cilia, y Bastaras». Era habitual pedir la intercesión de esta Virgen cuando faltaba agua.

Faci afirma que las imágenes de los santos Cosme y Damián, «tan veneradas en aquellas montañas, y halladas en otra cueva, fueron veneradas en la parroquial de Arraro». No falta historia en este lugar. Merece una visita tranquila. Me parece.

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