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Ermita de San Ginés/San Chinés, el silencio como elemento de atracción

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Ermita de San Ginés

Estamos en la parte septentrional de la comarca de la Hoya de Huesca. Las sierras exteriores del Prepirineo aragonés acogen, mejor o peor conservados, una serie de eremitorios ligados al mundo religioso hispano visigodo.
Los hay grandes, como San Cosme y San Damián; con mucha historia, como San Martín de la Valdeonsera; muy aéreos en su acceso, como San Cristóbal de Aniés; o muy sencillos, como es el caso de San Ginés, en Vadiello. No son los únicos, pero dan idea de su variedad a partir de ese espacio común horadado en la roca que con poca obra componía una iglesia y un refugio para el ermitaño.
Algunos están ligados a la vida de San Úrbez. Por ejemplo, este último de San Ginés. Está situado cerca de un despoblado medieval, denominado Isarre. Manuel Benito, en 1995, apuntó que «tuvo que ser ésta la cueva que albergó a San Victorián aquí en Isarre, hasta que éste fue nombrado abad en San Martin de Asán».

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El paisaje durante el camimo es espectacular

Hay dos formas de llegar a San Ginés desde las inmediaciones de Vadiello. Ambas referencias coinciden en sendos aparcamientos, bien junto al refugio de Peña Guara, bien un poco más arriba, al pasar un puente. Este último es más directo, pero entre ambos se puede realizar una excursión circular. No es completamente circular porque el último tramo, unos 1.400 metros desde donde se cruzan hasta la ermita, es común para los dos trayectos
Salimos del aparcamiento junto al puente. Una señalización indica el camino y un panel informa. Enseguida pasamos de la margen izquierda a la derecha del barranco de Vadiello. Ascendemos hasta llegar a un punto donde vemos una bajada muy pronunciada y una subida más pronunciada todavía. En ese momento hay que tomar un sendero ascendente a la izquierda, que nos permitirá una subida cómoda. Llegamos al punto donde concluye esa subida pronunciada y seguimos avanzando. Pasamos junto a una balsa de agua, una fuente y una caseta fuera de uso hace tiempo.

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La ermita está en un rincón del profundo barranco

El camino está definido, con trozos de sendero y otros de pista. Llegamos a un punto señalizado que nos dirige, bien a San Ginés, bien a Vadiello. Este último podremos tomarlo para el regreso si queremos hacer un paseo circular. Dependerá de las ganas de andar.
El camino pasa a ser sendero y solamente tiene un punto en el que caminar con cuidado en un cortado de piedras. Seguimos bajando y, de repente, nos sorprende la ermita rupestre de San Ginés, o San Chinés, que con las dos grafías se conoce.
Un muro de piedra con absidiolo en el tramo más alejado del acceso da forma a la ermita. El resto lo aporta un hueco de un espectacular muro rocoso. El espacio interior está ennegrecido por el humo de las hogueras con las que se calentaron visitantes ocasionales, una vez que dejó de ser un lugar religioso.

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Interior de la ermita

Hay dos espacios: el más alejado de la entrada sería la capilla porque allí se sitúa el absidiolo, que no deja de ser su cabecera, y el más cercano al acceso, que sería para la estancia del ermitaño. Sencillez absoluta.

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Absidiolo de la ermita

Adolfo Castán, en su libro Lugares mágicos del Altoaragón, considera «una osadía aventurar cronología alguna» para este eremitorio, aunque reconoce que «sus raíces bebieron la espiritualidad hispanovisigoda». En Santa Eulalia la Mayor le comentaron que «la cueva se mantuvo como ermita, con talla del titular, hasta los primeros años del siglo XX. Olvidado santo y culto, durante la guerra se utilizó como refugio y en los años 1950 para guardar ganado».
Manuel Benito, en un artículo de prensa sobre San Chinés, explicaba que «estaba ya fuera de culto en tiempos de Lucas Mallada, pues informa de ella en sus Memorias de la Comisión del Mapa Geológico de España (1878), donde da cuenta de su uso como refugio para el ganado. Su advocación corresponde a un monje francés cuya fiesta se celebra el 1 de noviembre».

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San Ginés es un minúsculo espacio al pie de una  mole inmensa de roca

Silencio, verticalidad de la roca que horadó antaño el agua, el barranco de Vadiello seco, la vegetación con el boj como rey de la escena… Hay espacio para otros elementos en esta visita: un pequeño belén en una breve repisa de piedra, el sonido lejano de una cabra o el vuelo circular de los buitres a una altura más que considerable… Y sueñas quién pudo vivir aquí y por qué. Hay que hacer un descanso para almorzar un poco, ya que luego hay que volver al punto de inicio. Seguiremos soñando en casa.
En el regreso podemos volver por el sendero que indica Vadiello, llegando cerca de onde hemos dejado el coche al principio.

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Una última mirada antes de volver al sendero
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