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Una huella invisible en Santa Isabel de Centenero

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Ermita de Santa Isabel de Centenero

4 de julio de 2008. Un vecino de Centenero riega pacientemente su huerto, situado junto al camino de acceso. La mañana es agradable. La noche anterior ha sido fresca y la temperatura no se ha disparado como en días anteriores. En la carretera A-1205, de La Peña a Jaca, hay un desvío señalizado que nos lleva a Ena y Centenero. A este segundo lugar llegaremos tras tomar un nuevo desvío. El pueblo merece una detenida visita por las muestras de arquitectura civil que conserva y su parroquial. Hay una fuente y dos ermitas: la de Santa María, muy próxima al núcleo, y la de Santa Isabel, más alejada.
Le pregunto al vecino por el camino para llegar a esta última. Hay que atravesar el pueblo y, al acabar los edificios, tomar el camino que hay a la izquierda. Luego no dejarlo y, más tarde, volver a tomar otro camino a la izquierda. Si no, me dice mi informante, puedo acabar en mitad del monte. ¿Se puede ir en coche? Dice que sí, que circulando con cuidado se puede llegar, teniendo cuidado con las cunetas. Para llegar andando serán precisas dos horas. Está también la senda antigua, pero por falta de uso, añade, está muy desdibujada. Así que tomamos el coche y a Santa Isabel que vamos.

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Paisaje desde Santa Isabel de Centenero

La verdad es que, una vez superado el camino, queda claro que siempre se hará mejor con un todo terreno que con un coche convencional, pero el destino final minimiza los problemas. Tras un buen rato salvando las pequeñas dificultades del sinuoso trazado la ermita no aparecía, así que paramos el coche junto a lo que parecía un refugio de cazadores. Sería alguna edificación relacionada con el aprovechamiento agro ganadero de la zona. Poco antes, un cartel nos hablaba de una finca denominada Santa Isabel.

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Ruinas de una paridera cerca de Santa Isabel

Frente a este refugio estaban las ruinas de una paridera, con una parte que tuvo cubierta en su día y otra consistente en un patio abierto. Unos pasos más allá, un cartel indicaba que había una fuente. Ayudó a localizarla el croar de una rana, a lo lejos. Junto a la fuente había una pequeña balsa y allí cantaba feliz y tranquilo el anfibio.
De vuelta al camino, se veía un muro de piedras, coronado con lascas verticales inclinadas, que lo separaba del campo. Llamaba la atención que estando a unos mil metros de altitud, hubiera unos campos de labor de considerables dimensiones. Estábamos en lo alto de la sierra de Santa Isabel, en una amplia meseta con unas vistas espectaculares del entorno.
En medio del silencio y la paz que reinaba en ese lugar flotaba una extraña sensación. Amontonamientos de piedras, edificio en ruinas, la fuente, los campos y casi escondida, a la izquierda del camino y a una altura más elevada, la ermita. Allí había vivido una comunidad humana hace siglos y, desaparecido casi todo su rastro, algo flotaba en el ambiente. Era una sensación. Se había hecho esperar, pero allí estaba. La ermita de Santa Isabel mantiene viva la tradición del lugar que aquí existió hace siglos.

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Ventana en el ábside de Santa Isabel

El ábside está rematado por una decoración de bolas, «tema decorativo antiguo y tradicional en Aragón», según relata Manuel Gómez de Valenzuela en un artículo sobre la iglesia de Yeste y las ermitas de Centenero. Pone como ejemplos de esta decoración la existente en Santa Cruz de la Serós o el panteón de nobles de San Juan de la Peña.
En su lado sur se incorporó en su día una lonja en cuya pared exterior está incrustado, junto a la puerta, un sarcófago de piedra de una pieza. A los pies de la puerta hay otro sarcófago y delante del primero una cruz grabada en una estela de piedra. Sobre la puerta de entrada al templo hay un crismón tan poco grabado que casi puede pasar desapercibido al visitante.

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Hay un sarcófago incrustado en el muro de la lonja que protege el acceso a la ermita

Otro elemento curioso es la ventana exterior del ábside, con arco de medio punto. Está enmarcada por una decoración de ajedrezado, enmarcada por una decoración en zigzag que Gómez de Valenzuela relaciona con las Cinco Villas y Agüero. Los capiteles tienen dos elementos decorativos diferentes. El de la izquierda presenta dos aves libando una flor que este autor considera fue hecho por el mismo autor que un motivo parecido existente en el ábside de Loarre. El derecho, en cambio, tiene motivos vegetales.
Ricardo Mur, en su libro «Detrás de Uruel», considera que esta iglesia es obra de comienzos del siglo XII, debiendo ponerse en relación con Jaca y San Juan de la Peña. El templo, explica, «pertenece a la tipología de templos rurales medievales de esta comarca, pero tiene una serie de detalles que lo hacen en extremo atractivo». Son los ya citados de los sepulcros, la estela y la ventana del ábside. Quien la construyó tuvo como ejemplo la ermita de Santa María de Centenero, que se habría levantado a finales del siglo XI, según relata Ricardo Mur.
Es curioso, pero en el entorno de Santa Isabel de Centenero, donde estuvo el lugar de Bisús (o Visús) del Pueyo, hay algo que no deja indiferente, como una sensación de que allí uno no está solo aunque en ese momento no haya nadie más por los alrededores.

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Entre la fuente y la ermita de Santa Isabel

Bisús del Pueyo
La ermita de Santa Isabel de Centenero debe ser el único resto en pie de una población que allí hubo hace siglos y que se denominó Bisús (o Visús) del Pueyo. Así lo indica Ricardo Mur en el libro citado, dedicado a mosén Benito Solana, párroco de estos lugares y responsable del buen estado de sus edificios religiosos.
Antonio Ubieto, en Historia de Aragón. Los pueblos y los despoblados, recoge dos Visús –del Río y del Pueyo-. En 1276, el futuro Pedro III de Aragón da el lugar de Visús a Rodrigo Jiménez de Luna y en 1294, esta persona lo da a Jaime II de Aragón. Antonio Durán Gudiol, en su libro Geografía medieval de los obispados de Jaca y Huesca, incluye el lugar de Sus del Pueyo como una rectoría del Arcedianato de Sodoruel, en el Obispado de Jaca, en el siglo XIV.
Ignacio de Asso, en su Historia de la Economía de Aragón, publicada en 1792, lo incluye en una lista de despoblados del partido de Jaca. Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico editado a mediados del siglo XIX, anota una serie de pardinas en uno de los términos denominados Aineto, entre las que figura la de Bisús, y que eran propiedad del marqués de Ayerbe.
José Cardús divulgó la existencia de esta ermita en Heraldo de Aragón, en su ejemplar del 20 agosto 1966. Indicaba que un pastor le había enseñado una piedra de molino y le había dicho dónde estaba el cementerio. Manuel Gómez de Valenzuela hizo lo propio con las dos ermitas de Centenero en El Pirineo Aragonés, el 25 abril 1967. De la lectura del texto se deduce que ambos edificios le habían cautivado.
Restos de edificios con destino agro ganadero dan cuenta de que aquí la actividad no concluyó cuando desapareció este lugar. La ermita está en buen estado porque Benito Solana y los fieles de la parroquia de Centenero aportaron dinero y trabajo para lograr que no se perdiera.

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Ermita de Santa Isabel de Centenero

 

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