
Morcat es una población deshabitada, situada en Sobrarbe. Podemos llegar andando desde el valle de Sieste, al que perteneció administrativamente cuando estuvo habitado, y San Velián. También es posible hacerlo desde la carretera del Guarga (A-1604), tras tomar un desvío que indica «Las Bellostas». Y desde el sur y las sierras exteriores por esta última localidad, Sarsa de Surta y Puimorcat.
Cerca de Puimorcat, poco antes de llegar si venimos de la A-1604, hay un cartel que informa de una escultura de Gerrie van Dorst colocada en el camino al Capramote. La obra, en piedra, se titula «Alas despiertan». Forma parte del proyecto Renovarte, desarrollado en Sobrarbe, sobre Art, Patrimonio y Paisaje. Aquí dejamos el coche y empieza el paseo.
Debemos tomar este camino. Poco después, otras indicaciones nos confirmarán que vamos por la pista adecuada. Hay un par de barreras que debemos cruzar dejándolas como estaban, porque están relacionadas con el ganado que pasta por este entorno.
Subiendo y bajando, en unos 40 minutos más o menos, habremos llegado a Morcat. Una última indicación nos dirigirá a un sendero, antiguo camino de acceso, que conserva un breve tramo de su empedrado.

Morcat ocupa un espacio llano en un territorio muy montuoso. Las pequeñas fajas de cultivo fueron sustituidas hace años ya por plantaciones de pinos. Monte Perdido, Sestrales, Peña Montañesa… decenas de cumbres del Pirineo se observan desde este privilegiado mirador que domina una buena parte del Sobrarbe más próximo a Boltaña y Aínsa. Solamente el paisaje justifica la visita.

Pero hay una centenaria historia de presencia humana que conviene conocer entre sus raídos muros. Tal vez todo empezara cuando, a comienzos del siglo XI, se construyó en una cima cercana una atalaya para vigilar el terreno, ante los previsibles ataques musulmanes que llegaban de la tierra llana.

El pirineista francés Lucien Briet visitó Morcat en 1906. Sus impresiones se recogen en el libro «Soberbios Pirineos, Superbes Pyrénées». Hizo un retrato de esta población que ahora es imposible. «Morcat se compone de cinco casas y depende del distrito de Sieste», cuenta este impenitente viajero, que durmió aquí el 2 de octubre de 1906. Salió de Boltaña, visitó Morcat y luego siguió viaje hacia Sarsa de Surta.

Mientras preparaban la comida en casa del párroco, en la que se hospedó, visitó la iglesia, dedicada a la Virgen María. Comenta en el libro citado que «su retablo blanco y dorado poseía unas magníficas columnas esculpidas. En un rincón oscuro se escondía, con cierta melancolía, una inmensa pila de piedra en la que podrían haber dado el bautismo por inmersión sin ningún problema».
Es un edificio románico en origen que sufrió siglos después una importa reforma que modificó mucho su aspecto, aunque mantiene elementos que la relacionan con el románico del siglo XII, según apuntan distintos autores. Un estudio de la parroquial se puede consultar en la página web Románico aragonés.
«También había allí una escuela para niños y niñas, dirigida por una maestra que residía medio año en Morcat y el otro medio en Puimorcat». Actualmente se mantienen en pie los muros de las escuelas frente a la iglesia, aunque tal vez no estuvieran cuando pasó por aquí el pirineista francés.

El párroco de Morcat le comentó a Briet que Morcat era como un tren «en el que las casas del pueblo, construidas una tras otra, parecían cinco vagones arrastrados por la iglesia, que hacía las veces de locomotora y en la que el campanario simulaba una pequeña y rechoncha chimenea».
La situación de la iglesia, la escuela, los edificios auxiliares y las viviendas confirman esa sensación del tren parado en mitad del monte. Están casi todos alineados, con la última licencia para una mayor anchura en las viviendas más alejadas del templo parroquial
Hay información sobre el pueblo, sus casas y habitantes en el blog Los pueblos deshabitados. En el blog Despoblados en Huesca figura como imagen de cabecera la parroquial de Morcat. Desde que lo consulté por primera vez, me pareció un lugar muy interesante para visitar, como destacaba su autor, Cristian Laglera. Al final, una vez conocido sobre el terreno, confirmo que tiene un encanto especial.
