
La madera de la hoja de una ventana presenta una preocupante inclinación y un giro parcial que le asegura poco futuro. Por un lado, la fallleba que siempre le ha permitido cerrar bien la habitación, le mantiene recta en esa preocupante inclinación. Al otro lado, un sillar -o más de uno- de buen tamaño, con su peso, provoca un giro extraño. Así, la madera ni cae por esta fuerza, ni recupera la verticalidad de antaño.
Es como nosotros. Tenemos presiones en los extremos y a duras penas podemos mantener nuestro estado habitual. Esos extremos no han cambiado. La falleba sigue sin doblarse y el sillar apenas está descarnado. Todo el sufrimiento lo soporta la madera. Como en nuestra sociedad, donde la mayoría somos los del giro inverosímil, presionados desde un lado y otro. Me parece.