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De Oliván a Casbas de Jaca

El camino discurre en su parte alta por un bosque de hayas

Estamos en el valle del Gállego. El sendero de Oliván a Casbas de Jaca, pasando por Susín (que dejamos para otro capítulo), es empinado en algún tramo, pero acoge un agradable paseo entre bosques de pinos, primero, y luego de hayas. Es un ambiente muy propicio para la ensoñación. El caminar solitario con el sonido de los pájaros, los diferentes tonos verdes, según la vegetación del entorno… todo es muy sugerente.

Ya no hay habitantes que definan el camino levantando muros de piedra seca. De los que quedan solamente se acuerda el musgo, que los cubre para que no se vayan como hicieron las gentes que por aquí habitaron hasta no hace tanto tiempo.

El muro de piedras nos habla de tiempos pasados

«En Casbas siempre habían vivido seis familias». Carlos Tarazona lo afirma tras consultar una de las memorias para escribir su libro «Pinos y Penas» (2019). Trata sobre la repoblación forestal y la despoblación en Huesca. Aunque siempre había sido esa cifra la de su población, este autor apunta que, en 1948, tres familias ya no estaban en Casbas y los que no habían marchado, «según esta memoria», era por «su escasez de capital disponible». Se planteó la venta del término al Patrimonio Forestal. La formalizaron vecinos de las casas Abadías, Piquero, Aínsa, Miranda, Escolano, Diego y Maza. Además, lo hicieron de Casa Mallau, del cercano núcleo de Susín, porque poseían una pequeña parte del monte de Casbas de Jaca.

Las ruinas se ahogan entre la vegetación. Al fondo, la montaña permanece inmutable

El primer ofrecimiento se hizo en 1945. Se firmaron las escrituras de compra en 1952 y dos años más tarde se concluyó el proceso económico. En ese momento, los vecinos de Casbas de Jaca ya se habían trasladado a El Puente de Sabiñánigo, Puente Sardas, Senegüé, Jaca y Biescas.

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Parroquial de Casbas de Jaca

En Casbas de Jaca te recibe el recio edificio de la iglesia. Perdida la cubierta, los muros se resisten a perder su verticalidad. Saben que es cuestión de tiempo, pero resisten. Muy cerca está la fuente. Al fondo se ve el agua manando, pero se pierde sin poder beberla. No hay cántaros que apoyar en las hornacinas. La ruina deforma el lugar de relación social diario del pueblo. La fuente, el abrevadero, el lavadero… trabajo y charradeta para ver cómo pasaba el tiempo, el trabajo o la familia.

Fuente de Casbas de Jaca

La vegetación se ha adueñado de las casas. Era su territorio ante de la llegada del ser humano. Ahora, tras irse, se recupera lo que era propio. La decoración con motivos circulares permanece en un muro.

Restos de una vivienda con un detalle decorativo

Al fondo, las montañas son testigos silenciosos. Paisaje impresionante que no daba de comer entonces a las gentes. El ganado y las estrechas fajas de tierra era lo que había. Poca cosa. Bajaron al valle. Es más amplio y hay sitio para todo. O casi todo. Y, si no, como cantaba Labordeta, «hay tierras al este donde se trabaja y pagan».

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