
La cena, aunque no fue excesiva, tuvo el volumen suficiente para no poder dormir desde el primer momento. El estómago y la tripa reclamaban atención. Entre vuelta y vuelta recordé que todavía teníamos en la despensa una caja amarilla de gaseosas Armisén. Para dentro que fue. Tras el sonido habitual al beberla, no sé si tuvo algo que ver, estómago y tripa redujeron su reclamación y, poco a poco, se pudo conciliar el sueño. Fue el último servicio de la gaseosa Armisén, presente en las casas aragonesas desde 1850. Como dirían en una película de romanos muy épica, ¡¡¡Honor!!! (en este caso a las gaseosas Armisén).
El caso es que luego vi que estaba caducada hace unos años. Vaya, vaya. ¿Qué he hecho? (dejé pasar varios desde que la tomé hasta que la he publicado y no había pasado nada).
Fue declarada de utilidad pública por R.O. del 5 de marzo de 1883. En su última etapa de actividad, aparte de su condición de gaseosa refrescante (refresco higiénico y saludable), era muy apreciada en repostería, así como en fritos y rebozados. A lo largo de su dilatada historia obtuvo medallas en la Exposición Aragonesa de 1885-1886, Alejandría de 1901, Logroñesa de 1900-1901 y medallas de oro en la Exposicipon hispano francesa de Zaragoza 1908-1909. Su último galardón, según se recoge en la caja, es el Trofeo al Prestigio Comercial 1983. Ahora, en función de la edad, permanece en la memoria de los aragoneses su inconfundible cajita amarilla y sus sobres de carbonato ácido de sodio (60%) y acidulante ácido cítrico (40%) -ocho de cada- para preparar otros tantos vasos de gaseosa.