Maurín, Alaiz y Puch: «no hay que confundir a los baturros con los aragoneses» (octubre 1917)

Octubre de 1917. Joaquín Maurín era profesor en el Liceo Escolar de Lérida, dirigido por Federico Godás. Llegaba la fiesta del Pilar y recordó lo que vio en la calle el año anterior, por estas fechas, protagonizado por aragoneses residentes en Lérida y que lamentaba profundamente.

«En Lérida vimos el año pasado, y es de presumir que dentro de breves días ocurrirá lo mismo, una manifestación de este mezquino espíritu de regionalismo caduco. Convocados por unos cuantos clérigos se reunieron en regocijante francachela unas docenas de individuos, que sentían bullir dentro de sí cierto caudal de cazurrismo, para festejar a Aragón, tal como ellos entendían que debía llevarse a cabo, Por nuestras calles más importantes ruaron en procesión religiosa vitoreando a la pilarica ¡rediez!

Y como complemento, a altas horas de la madrugada con unos guitarros estridentes corrieron por la población, atolondrando con sus vociferaciones a la vecindad y dando gritos a Aragón, al Pilar, a la jota, a la guitarra y al cura que la bautizó. En resumen: coronaron con el ridículo más soberano el nombre de la región que pretendían ensalzar».

Joaquín Maurín tomó un folio, escribió esta primera reflexión y, en el ejemplar de El Ideal de 10 de octubre, marcó diferencias con este tipo de celebraciones: «no hay que confundir a los baturros con los aragoneses». Hablaba de un proceso largo en el tiempo de deterioro de la imagen aragonesa según gentes que no la conocen, siendo a veces también, producto de la forma de ser de algunos aragoneses. Consideraba que «se ha llegado a creer que todas las altas aspiraciones y todos los afanes de Aragón se resumían en echar unos tragos con la bota, cantar una Jotica a la pilarica, o al Ebro y repiquetear las castañuelas brincando como locos».

A continuación, Maurín diseñaba su retrato del aragonesismo: «no pueden ser representantes de Aragón los que no están identificados con su dinámica espiritual y con el resurgimiento de su vitalidad. Ese hombre de los campos que ara desde que el sol sale hasta que el sol se pone; esa legión potente de trabajadores que fecunda una tierra fértil, pero abandonada; esos luchadores anónimos que van acabando con el caciquismo abyecto que asolaba aquella región; ese cenáculo de jóvenes que lucha por sentar las bases de un regionalismo amplio y henchido de esperanzas, no pueden considerarse honrados al ver que mientras ellos laboran intensamente por una espiritualidad hermanada con Cataluña, se levanta una algarabía de voces inverecundas que retrotrae el nombre de Aragón al nivel bajo y pedestre que hasta ahora ha tenido».

Joaquín Maurín entiende que los defensores de esta «algarabía» consideran, «como los supremos ideales de un pueblo el pilarismo, la guitarra, la jota, el ballesterismo y el pañolito en la cabeza».

Respondió a Maurín José María Bandrés, notario aragonés con despacho en Lérida. Lo hizo en El Ideal, dos días después, el 12 de octubre, «para que todos vean, que no ha habido solución de continuidad entre la ofensa, porque la hay (créame ese señor Maurín a quien no conozco) y la protesta más enérgica de quien estoy seguro interpreta el sentir de sus paisanos».

Coincide con la diferencia que hay entre baturro y aragonés, aunque difiere en qué considera cada uno que definen estos términos. «Sí, tiene razón ese señor; es muy distinto ser aragonés y ser baturro, pero baturro no al uso como todos los labradores de Tauste o de Montalbán o de las laderas del Moncayo; sino al modo como los habrá visto el articulista en los escenarios con calzón de raso los hombres, y dando muchas vueltas las mujeres para enseñar las piernas al bailar una cosa que anuncian jota».

Define al aragonés con términos como corazón noble, sentir recto, proceder franco, rechazando el uso de Pilarica para la Virgen del Pilar. «También yo condeno que se personifique al aragonés en una guitarra. Jamás sonreí al escuchar una copla de jota, sobre todo si que la cantaba llevaba dentro más mosto, que espíritu regional; pero de eso a lo otro hay un abismo».

La cosa siguió animada en días posteriores, saltando al oeste del Noguera Ribagorzana. José María Bandrés publicó un artículo en El Noticiero, de Zaragoza, el 14 0ctubre, insistiendo en sus planteamientos.

Criticó el artículo de Maurín, indicando que había recibido muchas felicitaciones directas de autoridades y vecinos por esta respuesta, según afirma en su texto de El Noticiero. Líneas después apuntaba que «tuve una satisfacción al saber que no era catalán quien escribió conceptos tan erróneos. Me dolía que en una capital en la cual tan considerados somos, hubiera un catalán que desmintiendo la hospitalidad afectuosísima que la ciudad nos brinda, nos zahiriera y nos molestara lanzando de nosotros conceptos tan equivocados y tan molestos. ¿Que esta satisfacción se tornó en asombro al saber que era aragonés? iQué hemos de hacerle! Ello ha servido para que todos saliéramos mejor parados».

Y, aunque en El Ideal se quería superar esta situación, se publicó el 18 de octubre un nuevo escrito de Maurín y, además, otro de Felipe Alaiz. El primero consideraba que «he aquí mi mérito principal. Sin quererlo depuré el descubrimiento de un notario y abogado capaz de quitarnos el spleen que empieza a invadirnos en estos días de otoño gélidos y melancólicos. Porque, ¿acaso hay algo más cómico que aquello que aparenta seriedad, y sin embargo, está infinido de ridiculez y de sentimentalismo grotesco?».

Alaiz afirmaba que «bien está la protesta. Es intolerable la frase hecha y la coplilla de circunstancias y hasta el calzón cuando se adula a quien lo lleva y éste lo consiente. Toda devoción será poca para el calzón. Toda devoción será mucha para el calzonazos». Alaiz consideraba que «en ninguna región hay tantos figurones, figurillas y semi-figuras como en Aragón. Aragón lo tolera. Allá él. Pero el baturrismo es intolerable para quienes quisiéramos hacer de Aragón, región de España y de España, región del mundo».

Terminaba todo con un texto sin firmar, pero escrito por Antonio Puch, director de El Ideal. Recordaba sus orígenes: «son aragoneses quienes intervinieron en las columnas de El Ideal en la crítica de un estado social de su país, como lo es quien por El Ideal escribe estas líneas, —y que guarda para su país todos los afectos que pueda sentir el Sr. Bandrés- y los aragoneses aquí, en estas columnas, tienen siempre un lugar para la crítica de su país, cuando, como ahora, no es otra cosa que labor de perfeccionamiento».

Puch Ferrer destacaba que no eran los únicos que pensaban así. Apuntaba que El Porvenir de Huesca, periódico independiente, pero de tendencias católico-conservadoras, reproducía el artículo de Maurín, anteponiéndole el siguiente comentario de adhesión: «unas verdades de crueles aristas que duelen como un cauterio; he aquí el presente artículo que reproducimos de El Ideal, de Lérida. No es el espíritu halagado, por la coincidencia de campañas que muchos lectores han de recordar, el que nos mueve a recoger estas palabras de verdad y de justicia: es el deseo de que el cauterio implacable sane nuestras heridas… ¿Cabe decir algo más?».

Estuvo animada esa semana de octubre de 1917 entre los altoaragoneses que vivían en Lérida.

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