
La pandemia del coronavirus ha situado como alternativa muy atractiva en nuestra provincia los alojamientos de turismo rural. Es una experiencia que, en su historia más reciente, surge de las iniciativas que planteó la Diputación de Huesca en los años 80 de la pasada centuria. Me parece.
Pero esto de acudir al Pirineo a un alojamiento alquilado y no a la vivienda de los cuñados no es nuevo. En el primer tercio del siglo XX comenzó el trasiego de visitantes llegados de la tierra llana al Pirineo buscando su valores naturales y necesitando un alojamiento.
Eran una minoría, pero, a finales de los años 20, la Cámara de la Propiedad Urbana anunciaba en prensa una oferta de «habitaciones para veraneantes». Los interesados podían informarse en su sede, situada entonces en la calle Sancho Ramírez, 4, segundo, de Huesca.
Una de las viviendas ofertadas estaba en Castejón de Sobrarbe. Era una «casa solariega, capaz para familias numerosas, perfectamente amueblada, con oratorio completo y toda clase de comodidades». Tenía como oferta añadida, un «monte de 53 hectáreas para caza».
En Berdún se situaba una «casa recientemente construida, en el centro de una huerta» a un kilómetro de casco urbano. Tenía «cocina y siete habitaciones, sin muebles». Se alquilaba por 200 pesetas la temporada. «Lo que se convenga» si había que añadir los muebles. En Biescas había una habitación amueblada, «en punto concurrido, frente a la carretera».
La oferta se completaba en Villanúa. Se ofrecía un piso amueblado «en el punto más céntrico del pueblo» (700 pesetas temporada o 400 sin amueblar). También había una casa, sin amueblar, «en sitio higiénico y pintoresco del mismo pueblo». Aquí se pedían 300 pesetas anuales.
Se publicaron entre los días 22 y 23 de mayo de 1929 en La Tierra y El Diario de Huesca. En 1932 seguían los anuncios y aumentaba la oferta. La repasaremos otro día.